miércoles, 21 de agosto de 2013

Castelvispal, Puertomingalvo y Cantavieja.

Infieles a nuestros principios, si es que alguna vez los tuvimos ya que a menudo nuestro criterio fue no tener criterio, nos hemos ido a escalar paredes que bien no eran puntas o eran manifiestamente accesibles.
Inducidos por el ansia de terminar ya nuestras 100 puntas y movidos por el argumento unilateral no compartido de repartir nuestras escaladas por todos los pueblos y comarcas del territorio turolense, esta vez le ha tocado al extremo suroriental de la provincia: Castelvispal, Puertomingalvo y Cantavieja.

 El increíble Pozo Azul del río Linares                            Una ventana  natural a la Hundida   

La Hundida de Castelvispal es un lugar con mucho encanto, aunque sin duda alguna la mayor de sus maravillas está en el Pozo Azul, una badina situada en el río Linares donde la cascada bate el agua profunda de su cristalina poza abrigada por dos enormes bloques ciclópeos caídos desde los acantilados superiores. Acantilados que haciendo honor al nombre de esta partida de terreno se están hundiendo hacia el río y se van desgajando poco a poco. Volcadas se desprenden enormes rocas ladera abajo, bloquean el curso fluvial o bien se quedan apoyadas contra la pared pareciendo desde lejos puntas aisladas que invitan a posarse sobre ellas. De este modo nos ha cautivado la nuestra con engaño esta mañana y también a las cabras que suelen posarse sobre ella buscando el cobijo y la sombra.
Javier y Luis en diferentes momentos de la escalada

Los Tormos de Puertomingalvo, en el pueblo que tiene las cinco vocales en la sonoridad de su nombre y palabra, han sido un avistamiento interesante por la cantidad de rocas aisladas y sobreelevadas en el terreno que forman aquel conjunto de puntas. -“¡A por todas!”- ha sido la consigna inicial que ha estallado en nuestra mente, pero siguiendo la recomendación televisiva de nuestra única intervención en “Aragón en Abierto” hemos ido dando la vuelta a cada punta buscando la ruta de acceso más fácil y, una a una, han ido cayendo en nuestros brazos sin necesidad de utilizar cuerdas, arneses ni pies de gato. A pesar de todo en la más puntiaguda de todas ellas, la segunda que posee rutas abiertas de escalada deportiva, hemos atisbado una línea clásica de agujeros, grietas y grandes fisuras en bavaresa que nos ha animado a escalar con los habituales empotradores que se supone nos protegen de las caídas.
El Salto de la Novia de Cantavieja. Con las últimas luces del atardecer y apenas destacable bajo el antiguo camino de La Iglesuela, hemos ascendido la gran roca delgada y afilada que se alza como primer centinela en la bajada, apenas separada del acantilado madre que flanquea el camino del Rebollar.
Metidos en el diedro-chimenea de la punta de Cantavieja

Por lo visto, en tiempos remotos una prometida enamorada sufrió la incorporación a filas de su futuro esposo y este fue enviado a la guerra.
La larga espera trastornaba a la desesperada chica hasta que un día el destino hizo que recibiese una carta lamentando la muerte de su amado. La novia no pudo soportar aquel hachazo que truncaba de golpe todas sus ilusiones, su amor y su esperanza y determinó fatalmente arrojarse al vacío desde esta piedra poniendo fin a su vida.

Nosotros fascinados por el entorno y por la historia oída en boca de los lugareños hemos querido homenajearla subiendo a ella por la cara menos habitual en nuestras andanzas, a pesar de que por detrás podía accederse encaramándose uno desde la era. Mientras empotrábamos nuestros cuerpos en las potentes fisuras y en la chimenea final, no paraban de resonar en nuestros oídos las canciones de Sabina, quien afirma que nunca entiende el móvil del crimen a menos que sea pasional. “Y morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres, porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren”.


2 comentarios:

  1. Estais de los nervios. Vaya tela la "panzada" de puntas que lleváis. Como no os jarteis de esta...

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