Tras un largo reposo de casi un
mes, volvimos a los ruedos el 23 de abril, día del patrón del antiguo reino de
Aragón, personaje que hoy, lejos de ser convertido en un héroe, hubiese sido acusado
de cazador furtivo y condenado a años de prisión por matar al último ejemplar
de dragón, provocando así la extinción de una especie.
Aquel día pretendíamos subir
cuatro puntas, intentando recuperar el tiempo perdido. Así en 25 jornadas como
esta tendríamos culminado nuestro proyecto. Ahora bien, habíamos elegido cuatro
cumbres más bien modestas, pero hollarlas todas, teniendo en cuenta los
desplazamientos entre ellas, era un reto que no dejaba apenas margen para
demoras. Conseguimos La peña del Macho a primera hora de la mañana, su vía
normal repetida decenas de veces por nosotros en nuestra más tierna juventud
hizo que no tituberamos en ninguno de sus pasos. Subimos también la cumbre más
visible de Los Picachos de la
Perazaga y a media tarde llegamos a La Guea , para intentar subir una
chimenea de hadas en el camino de bajada de La Muela. En este tercer
intento se nos acabó la racha, pero nos quedamos con ganas de volver y subir, a
pesar de que su escalada implique utilizar técnicas muy poco habituales, ya que
el sustrato sobre el que sustenta la capa pétrea que corona este inaccesible
mallo está formado de arcillas donde uno no puede agarrarse para progresar ni
protegerse por si accidentalmente ocurre una caída. Menos mal que también son
poquitos metros los que separan el collado de la cumbre, pero aún así esa
secuencia estratigráfica propia del mioceno turolense: arcilla, gravas y
conglomerado nos hizo retirarnos para preparar mejor su ascención.
“Quizá sea el altísimo quien nos
mueve o nos detine para ello, dándonos así una nueva oportunidad de vida que podemos
emplear en volver a escalar” nos decíamos con sorna intentando buscar una
escusa fácil con la que justificar nuestro comportamiento cabal a la vez que
pusilánime. Porque los humanos, en vez de asumir las responsabilidades de
nuestros actos, tenemos la puñetera capacidad de achacar a lo sobrenatural las
consecuencias de lo ocurrido. Es más fácil así, “La Suerte , Dios o el Destino
así lo habrán querido”. De este modo nuestra conciencia intenta quedar impune porque
nada podría haberse hecho para evitar lo ocurrido. Ahora no recuerdo bien si
esto se acerca más a la definición de Cinismo o de Hipocresía, tendré que
consultar de nuevo a la RAE.