“La ilusión es lo que más vale y
lo que más importa en la vida”, me comentaba ayer la abuela de mis hijos a
colación de una nueva obra que están emprendiendo con la restauración y
conversión en refugio de un antiguo pajar. Y no le faltaba razón, “sin ilusión
no hay nada” decía reafirmándose.
Por vana y de poca utilidad que
pueda parecer la actividad que se realice siempre cobra una vital importancia
si es ilusionante para los que la desarrollan, en cambio aunque el objetivo sea
muy loable y beneficioso si los que están implicados no ponen una viva
satisfacción al hacerlo con la esperanza de conseguir algo grande y
complaciente el resultado nunca será exitoso y estará bastante cercano al
abismo del fracaso.
Nunca dejo de maravillarme de las
contagiantes ganas que le empujan al juvenil ímpetu de Javier Magallón con la
escalada a las 100 puntas inaccesibles de Teruel. Esta mañana nos lo ha vuelto
a demostrar llevándonos a Peña Crebada, al Mallo del Huergo y a la Peña de la Golondrinas. Si
no fuera por él en muchas ocasiones no arrancaríamos del suelo, pero el ánimo
impregnado a fuego en su mirada y su constante y difícil labor de coaching han conseguido de nuevo que alcanzáramos dos nuevas cumbres.
Luis progresando en oposición por la chimenea que encontramos en la norte del mallo
En
la Masada del Huergo teníamos
pendiente un pequeño mallo que avistamos el verano pasado cuando vinimos a
realizar el descenso de este tramo del río Bordón, esta roca de arenisca miocena separada de la montaña deja una grieta-frontera hacia lo
inaccesible. Nadie coloca sus friends como él, por eso en los primeros pasos de
entrada a la chimenea ha sido crucial que me ayudase a poner el primer seguro, porque
mi confianza ante la baja consistencia de los agarres se había venido abajo.
Una vez en la ancha grieta, el terreno se ha tornado favorable y disfrutón para
mí, puesto que siempre me gustó la sensación de empotramiento anclando sobre
pies, manos y espalda.
Intentando desequilibrar al gigante
La Peña de las Golondrinas ha
sido un nuevo descubrimiento para nosotros hoy. Siempre pensamos que podría ser
una de esas puntas aisladas que no tienen acceso a pie, pero había que subir
hasta ella y comprobarlo. Así que como pasábamos por allí y la tarde tenía
todavía un razonable margen de tiempo, hemos decido parar e ir a inspeccionar.
Casi siempre llevamos las cuerdas y los arneses por si se da el caso de
ponernos ya a escalar, pero esta vez nos ha tocado bajar de nuevo al coche y
coger los trastos para acariciar una noble caliza cretácica que hace las veces
de torreón sobre las playas del pantano de Santolea, donde los pescadores se
relajan al sol, ilusionados también con obtener una buena pieza de pescado a la
que intentan engañar enmascarando sus anzuelos con suculentos y sabrosos cebos.
Javier escalando en la placa caliza de la cara este
Hoy nos vamos con la imagen del Pantano de Santolea desde lo más alto de la peña de las Golondrinas