lunes, 3 de junio de 2013

Moviendo la pelvis en Pitarque...

 Los mallos de la Peñarrubia dominando el espectacular cañón del río Pitarque.

Dicen los astrónomos que a la Tierra todavía le quedan de vida casi tantos años como ha vivido hasta hoy, es decir que  aún no ha alcanzado la mitad, que seguirá existiendo otros 5000 millones de años más en este mar infinitamente vacío donde la estrella más cercana a nuestro astro rey está ya a 4,3 años luz y desde donde podemos apreciar en noches de cielo limpio a ojo desnudo, luz proveniente de lugares tan lejanos como Andrómeda nuestra galaxia vecina, cuyos rayos partieron de allí antes de que el hombre actual poblara la tierra.

Abstraídos en el alcance de estos pensamientos inabarcablemente incomprensibles nos inducimos a reflexionar sobre la fugacidad de la vida y la pequeñez de los espacios que habitamos.
La de ayer fue una singular ascensión a una pequeña e impredecible punta en un momento clave cuyos breves instantes fueron, sin duda, cruciales en nuestras vidas.  



 Investigando la vía antes de comenzar a escalar...

El escenario fue Pitarque, un pequeño pueblo apartado y aislado en medio de otro mar de laderas empinadas y montañas escarpadas atravesadas diametralmente por el cañón del río que le nace en sus entrañas y con el cual comparte nombre. Todo el que se haya acercado hasta allí habrá vuelto impresionado con las altas paredes de caliza cretácica que jalonan el caudaloso curso fluvial. Nosotros ansiábamos alcanzar allí alguna de esas islas rocosas que han quedado separadas del resto por efecto de una erosión diferencial y que como mojones marcan auténticas perspectivas de centinela.

Pocos caminos encontrarán los amantes de lo inaccesible allá donde vayan, porque hacia estos mallos de la Peñarrubia u otros similares nunca se dirigieron los humanos para sacar rentabilidad en algo provechoso ya que no advertían más que piedras astilladas en lajas de las que van sobrados en este valle. Tan solo una acequia abandonada, la de la Sargatilla, recorre la base de la ladera y puede servir de guía tal y como lo hiciera con el  recorrido artificial y ancestral del agua extraída del cauce natural para ser conducida a lugares de labor donde nunca llegó otro riego que el del cielo.


Providencial puente de roca en mitad de la inestable y peligrosa pared.


Llegamos poco antes de las diez. La mañana era demasiado fría para un soleado día de finales de primavera.  La pareja de rocas puntiagudas que veíamos desde el pueblo y ahora contemplábamos de cerca imponían menor respeto del que creíamos desde lejos, aunque su silueta, separada por un bloque ciclópeo empotrado entre ambas, siguiera siendo perfecta.

Siempre hemos asegurado que la clave del éxito o la derrota es elegir el itinerario adecuado a nuestras posibilidades. Alzarse sobre la cumbre puede parecer fácil a veces pero nunca estará exento de riesgos.


 Cara sur de los peñascos con el característico bloque empotrado.

Como las chimeneas y los estrechos entre rocas siempre parecen lugares más protegidos, decidimos iniciar la escalada subiéndonos al bloque empotrado alzado cinco metros sobre la base de ambos mallos y que permite acceder a una repisa donde nace la canal más evidente que puede llevarte a la cima. Pero en la vida nunca se logra adivinar donde se halla escondida la próxima trampa tras el recodo en el camino, de hecho casi todos los damnificados en cualquier accidente aseguran que les ocurrió cuando menos lo esperaban.

Un agarre que parece bueno y sobre el que ejercemos tracción para subir todo nuestro cuerpo, puede ser en realidad una roca mal cohesionada apunto de resquebrajarse cuando aún no has colocado el primer seguro y se convierte así en una aliada traicionera con ansia de venganza.
La gravitación universal de Isaac Newton siempre llama hacia sus entrañas a los más incautos. Inestabilidad, gritos, miedo, golpes, dolor y sangre. Una caída aparatosa y el anuncio de un espectáculo dantesco antes de intentar mover al herido provocan el amanecer del pánico y las terribles dudas sobre cómo evacuar a un accidentado de un lugar tan recóndito y escarpado al que no hay acceso fácil ni aun estando sanos.



Tras unos minutos de quejidos e intentos por incorporarse, milagrosamente solo aparecen magulladuras y heridas superficiales de los choques contra las rocas puntiagudas que amenazaban como cuchillos. Poco a poco vuelve la movilidad y en la exploración en detalle no se ve nada grave. ¡Podría haber alegría mayúscula y jolgorio exuberante por la suerte corrida tras el impacto! Pero se cierne nuevamente sobre nosotros esa reflexión eterna sobre la fugacidad de la vida y la pequeñez de nuestros cuerpos, sobre la fragilidad de la alegría y la cercanía permanente, acechante y siniestra de la catástrofe. Solo pasadas unas horas seremos capaces de apreciar lo que realmente tenemos, lo afortunados que somos y lo importante que es saber disfrutar de ello mientras el último aliento de vida y la suerte nos lo permitan, la importancia de saber dar la espalda a los malos presagios sin caer en agobios proteccionistas y conservadores, haciéndole un corte de mangas con sonrisa al materialismo capitalista que intenta vendernos continuamente el fracaso como estilo de vida para someternos.

No nos vamos sin antes limpiar la vía, como mandan los cánones...

A partir de hoy nada humillante de lo que puedan decirnos podrá perturbarnos, el universo es lo suficientemente grande como para hacer despreciables a los que lo intentan.


No hay comentarios:

Publicar un comentario