Como en aquellos años en los que
las carreteras eran poco más que arcén y medio de una autovía, volvimos a coger
la carretera de la Venta del Diablo y el Puerto Mínguez, esta vez para
dirigirnos a Segura de Baños. En los setenta costaba casi dos horas recorrer
100km por aquellas curvas y los comentarios nocturnos de mi padre al volante hacían
que nos meáramos de miedo pensando en que pasaría si nos viese el diablo de la
hoy desaparecida Venta de Portalrrubio. Por eso nos acurrucábamos en los
asientos de atrás para no ver y pasar desapercibidos cuanto antes. Pero hoy
teníamos los ojos bien abiertos, no queríamos dejarnos ni un detalle. Segura de
Baños es el principio de una orografía abrupta que parte el valle del Martín
con el Aguasvivas. Así lo anuncia Peña Delgada, una cresta rocosa solitaria
paralela al potente corte del cretácico sobre los Baños de Segura, donde al
asomarnos parece que cambiemos de planeta dada la abundancia de riscos, barrancos
y acantilados rocosos, algunos con casi un centenar de metros.
Esta es nuestra decimocuarta cumbre, un emblemático número para los poetas renacentistas y para los
montañeros de los siglos XX y XXI, y allí hemos vuelto a encontrarnos con los
simpáticos y majestuosos buitres, por otra parte despreciados, maltratados y
denigrados en los últimos tiempos en boca de algunos humanos y en la normativa
de la Administración. Ellos vigilan apostados en las oquedades de sus
acantilados, en las que a menudo construyen sus nidos, hasta los que traen
alimento a sus polluelos obtenido de la escasa carroña per cápita que se le
ofrece. A pesar de que se les acusa de ataques a reses vivas y de que en alguna
ocasión se les ha señalado como peligros potenciales para excursionistas, a
nosotros nos siguen cayendo muy bien estas rapaces, de hecho sentimos profunda
admiración por ellas y por su forma de vida. Son animales necrófagos, es decir
se alimentan de lo inerte, de lo que ya no sirve a las almas de cuerpos ya
fallecidos. ¡Tengámoslo en cuenta! los demás robamos la vida de otros para
alimentarnos. Más de alguna vez he asegurado preferir que en mi deceso se
ofrezca mi cuerpo a estas aves siguiendo la antigua tradición funeraria de los fieros
e irreductibles celtíberos cuando caían en el campo de batalla, por eso y por
su extraña y extraordinaria belleza me alegra tenerlos cerca cuando luchamos
contra la gravedad pujando por alcanzar la cumbre. Difícil testamento para mis
descendientes, pero por absurda que sea esta mi última voluntad en forma de
capricho banal que jamás podré comprobar si se ha llevado a efecto, antes de
que se lleve mi alma el Diablo, Yavé, Caronte el barquero o cualquier otro ser
alegórico e imaginario, prefiero que mi cuerpo sin vida sea inmolado, ofrecido
como alimento a estos carroñeros para que puedan elevarme hacia los astros,
desinfectando la tierra y dejando hueco libre para lo que pueda ser más útil a
los que queden vivos.
Gracias por enseñarnos sitios tan alucinantes.
ResponderEliminarÁnimo con esas punticas!!!