Infieles a nuestros principios, si es que alguna vez los tuvimos ya que a menudo nuestro criterio fue no tener criterio, nos hemos ido a escalar paredes que bien no eran puntas o eran manifiestamente accesibles.
Inducidos por el ansia de terminar ya nuestras 100 puntas y movidos por el argumento unilateral no compartido de repartir nuestras escaladas por todos los pueblos y comarcas del territorio turolense, esta vez le ha tocado al extremo suroriental de la provincia: Castelvispal, Puertomingalvo y Cantavieja.
El increíble Pozo Azul del río Linares Una ventana natural a la Hundida
Los Tormos de Puertomingalvo,
en el pueblo que tiene las cinco vocales en la sonoridad de su nombre y
palabra, han sido un avistamiento interesante por la cantidad de rocas aisladas
y sobreelevadas en el terreno que forman aquel conjunto de puntas. -“¡A por todas!”- ha sido la consigna
inicial que ha estallado en nuestra mente, pero siguiendo la recomendación
televisiva de nuestra única intervención en “Aragón en Abierto” hemos ido dando
la vuelta a cada punta buscando la ruta de acceso más fácil y, una a una,
han ido cayendo en nuestros brazos sin necesidad de utilizar cuerdas, arneses
ni pies de gato. A pesar de todo en la más puntiaguda de todas ellas, la
segunda que posee rutas abiertas de escalada deportiva, hemos atisbado una
línea clásica de agujeros, grietas y grandes fisuras en bavaresa que nos ha
animado a escalar con los habituales empotradores que se supone nos protegen de
las caídas.
El Salto de la Novia de Cantavieja. Con
las últimas luces del atardecer y apenas destacable bajo el antiguo camino de La Iglesuela , hemos
ascendido la gran roca delgada y afilada que se alza como primer centinela en
la bajada, apenas separada del acantilado madre que flanquea el camino del
Rebollar.
Por lo visto, en tiempos remotos
una prometida enamorada sufrió la incorporación a filas de su futuro esposo y
este fue enviado a la guerra.
Metidos en el diedro-chimenea de la punta de Cantavieja
La larga espera trastornaba a la desesperada
chica hasta que un día el destino hizo que recibiese una carta lamentando la
muerte de su amado. La novia no pudo soportar aquel hachazo que truncaba de
golpe todas sus ilusiones, su amor y su esperanza y determinó
fatalmente arrojarse al vacío desde esta piedra poniendo fin a su vida.
Nosotros fascinados por el
entorno y por la historia oída en boca de los lugareños hemos querido
homenajearla subiendo a ella por la cara menos habitual en nuestras andanzas, a
pesar de que por detrás podía accederse encaramándose uno desde la era.
Mientras empotrábamos nuestros cuerpos en las potentes fisuras y en la chimenea
final, no paraban de resonar en nuestros oídos las canciones de Sabina, quien
afirma que nunca entiende el móvil del crimen a menos que sea pasional. “Y
morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres, porque el amor
cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren”.
Estais de los nervios. Vaya tela la "panzada" de puntas que lleváis. Como no os jarteis de esta...
ResponderEliminarGracias.
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