Cirujeda por la mañana Los Alcamines al atardecer
Hace demasiados años, tantos que
las gentes de Cirujeda no atinan a concretar ni el siglo, ocurrió un hecho
digno de recordar en la cumbre de este peñasco.
Unos cientos de metros montaña
arriba, todavía se halla en ruinas una de las masadas más grandes de la zona,
el Mas de la Sierra. Una
masada, mas o masía era una casa de campo rodeada de tierras cultivables,
bosques y pastos con capacidad suficiente para su abastecimiento y autosuficiencia.
A veces solían vivir en ellas varias familias que trabajaban para el
propietario y en otras ocasiones solo los llamados medieros que alquilaban en
especie dichas tierras a cambio de entregar la mitad de las cosechas y los
beneficios al dueño.
En cierta época, vivió allí una
bella joven, quizá llamada Isabel, perteneciente a una familia de medieros.
Cuando alcanzó la edad de merecer su deslumbrante belleza impactaba a los
mozos que por allí pasaban e Isabel era a menudo diana de piropos y envites
amorosos a los que rechazaba con elegancia. Pero el capricho de la adolescencia
y la insistencia hizo que Isabel también quedase prendada de alguno de ellos,
aunque la casualidad decidió que los elegidos fuesen dos mozos que a ella le
gustaran por igual y a los que correspondía. Comenzó entonces un peligroso y
clandestino doble noviazgo que solo ella conocía. Pero como los novios acudían
a cortejarla en semanas alternas no había problema de solapamientos y pasaba
lindas tardes con cada uno cada quince días. Sin embargo siempre hay alguien
que no duerme quedando al acecho de cualquier lío amoroso, sin poder poner
freno a su lengua. Pronto los novios, probablemente llamados Felipe y Manuel,
hubieron de recibir rumores sobre aquel engaño al que los tenía sometidos Isabel
y al final el destino hizo que se encontrasen en una taberna para contarse sus
penas, pero lejos de entrar en disputas y peleas entre ellos para vencer al
adversario, la astucia de ambos decidió deshacer aquel entuerto ideando un plan.
Uno de ellos quedaría con ella en la Peñarroya y el otro escondido tras una roca,
comprobaría si realmente era la misma Isabel la que correspondía a las
zalamerías de ambos. Felipe tenía que ofrecerle un regalo pero se lo entregaría
en lo alto de la roca con la escusa de contemplar juntos un magnífico
atardecer.
Cuando llegaron allí Isabel emocionada
desplegó el brillante pañuelo rojo que Felipe le había regalado y se lo colocó
sobre el cuello airosa y presumida, seguidamente Isabel agradecida por el
presente le dio un beso en los labios, al instante salió Manuel detrás de la
roca y enfurecido pidió explicaciones a Isabel, que asustada y aturdida no
sabía articular palabra, solo su llanto arrepentido podía traducirse en una solicitud
de perdón a ambos acusadores. Entre empujones y gritos Isabel era zarandeada y
casí perdiendo el conocimento dejó de ofrecer resistencia cuando ellos
terminaron tirándola peñasco abajo, tal y como habían planeado.
Leyenda, historia o fábula este
trágico y terrible relato durante décadas ha recordado a las féminas de estos
lares injusta, machista y cruelmente, su obligación de fidelidad a un solo
hombre so pena de muerte, puesto que a menudo esta parábola se oía contar en la
tradición oral en tono de advertencia.
La aguja de Cirujeda era pequeña pero matona...
Luis en el diedro final de Peña Amarilla
Una auténtica reunión !!!!!!!
Luis en el diedro final de Peña Amarilla
Una auténtica reunión !!!!!!!
Peña Amarilla. Los Alcamines.
Villalba Alta.
Escondida entre territorios de
masadas y en fuerte contraste con las parameras de Fuentes Calientes y el Mas
de la Cirugeda
se encuentra el profundo cañón del río Alfambra y los estrechos de los
Alcamines, flanqueados en su ladera oeste por un conjunto de cortados rocosos
del Jurásico cuyo color ocre lo ha llevado a llamarse con el topónimo local de Peña
Amarilla.
Hoy acompañados de Iván Ferrer
habitante oriundo y buen conocedor de la zona y de Manolo Soriano habitual
seguidor de nuestro proyecto, hemos venido a buscar una punta inaccesible en
este maravilloso e insólito rincón de la provincia de Teruel, en la que pronto
algunas de sus agujas serán las islas de un pantano que inundará injustamente
zonas que no podrán disfrutar de esa agua embalsada que ocultará maravillosos mundos
de encajonados estrechos rocosos y afiliados bosques de galería con choperas de
ribera.
No está bien que los humanos
abusemos de los recursos que nos ofrece la madre tierra, máxime cuando ya no
son imprescindibles para la vida y dañan castastrófica e irreparablemente el
paisaje que ha dado de comer a tantos antepasados nuestros y a la fauna que
habitó con ellos.
Tenemos demasiados ejemplos de
obras faraónicas en Teruel, que tras su periodo de utilización o sin llegar a
ejecutar su puesta en marcha, han consumido gran parte de los recursos
económicos que correpondían a una población humana en auténtico peligro de
extinción, destruyendo un hábitat que antes era saludable. Minas, canteras,
aeropuertos, pantanos… La presa de los Alcamines va a ser un nuevo ejemplo de
ellos que tarde o temprano acabará colmatándose quedando inservible pero
habiendo desintregrado, de nuevo, un magnífico paisaje de piedra, agua y vida
salvajes.
De punta a punta...
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